Verónica Enns, transforma su mundo a través de la cerámica

 

La naturaleza inspiró los primeros dibujos de Verónica, una niña menonita que creció con las tradiciones de su comunidad.

No importaba el lugar ni la hora; en la casa, en la escuela, en la iglesia, ella estaba disfrutando los colores, combinando y gozando lo que el resultado ocasionaba en sus ojos y en su mente.

 

Su primera pasión fueron las uvas, las hojas y las flores que plasmaba en papel y que fue obsequiado a los pequeños amigos que lo apreciaban, razón por la que no conserva ninguna evidencia de sus inicios en el arte. 

 

 

 

Mientras sus manos se movían, no imaginaba que en ella crecían grandes dones, los que la formarían cómo una gran artesana. La pequeña de profundos ojos azules estaba imaginando, transformando una hoja blanca en un colorido lienzo; su curiosidad crecía mientras escuchaba a su madre hablarle de su abuela; era ella quien tenía gran afición por los dibujos y aunque nunca la vio colorear, Verónica sentía como si le acompañara mientras disfrutaba de hacer trazos. 

 

No hubo en los primeros años algún cómplice para sus juegos, pero sí la seguridad de que su familia estaba llena de talento y habilidades para el trabajo creativo, sus hermanos fueron desde pequeños aficionados a la fotografía y un gran soporte para la pequeña niña que más tarde descubrió la magia en sus manos para transformar lo que tocaba.

 

 

Al llegar a la secundaria en la Ciudad de Cuauhtémoc, donde ella y sus hermanos crecieron, comenzó a jugar con sus manos y descubrió que podía moldear materiales y comenzó a buscar los adecuados ante la mirada de sorpresa de sus compañeros y maestros, ya que en la comunidad menonita, las actividades de las mujeres están muy bien establecidas: dedicarse al hogar, cuidar hijos, trabajar en el campo, pero como la comunidad también se distingue por el trabajo duro, la responsabilidad y el compromiso, decidió tomar esos valores para emprender su camino hacia la alfarería. Una vez que mostró sus dotes, comenzó a recibir el apoyo de los maestros de la escuela a la que asistía. 

 

Para estudiar su carrera de artes visuales decidió viajar a Canadá y fue ahí cuando se enfrentó a uno de los primeros desafíos. Había que renunciar a su forma de vida para adaptarse a una nueva modalidad de enseñanza, tener nuevos amigos, pero también la magnífica oportunidad de conseguir su objetivo, aún con el doloroso proceso de dejar en el camino aquello que no abonara a su crecimiento. Verónica recuerda ese choque cultural como uno de los más importantes retos que tuvo en su juventud, además de que, romper las reglas en una comunidad conservadora, podría tener un precio demasiado alto. Así comprendió por qué varios talentos de su comunidad, prefirieron quedar en el anonimato.

 

 

Ahí permaneció 5 años enfocada en conocer los procesos y materiales necesarios para la elaboración de una pieza y recibió la instrucción de experimentados maestros, intentando, buscando, conociendo técnicas y adoptando algunas, transformándose en la artista que rompe esquemas, pero que florece y motiva a otros a encontrar su propio florecimiento. Ese recorrido le hizo conocer la cerámica y convertirla en su elemento favorito para sus nuevos dibujos, con los que hace alusión al campo, la cosecha y en general, a la naturaleza.

 

Además de los barros, la cerámica es hoy la especialidad de Verónica, quien se ha entregado en cuerpo y alma a diseñar piezas y a conocer los aspectos importantes de sus propias obras, dado que no solo se trata de elaboración de piezas, sino también de exhibir y vender su propia producción.

 

 

Ha participado en diversas muestras de arte y ha fortalecido su conocimiento con la ayuda de otros artistas que trabajan en diversas partes del mundo y que comparten su experiencia con ella. Con gran respeto a sus materiales y las condiciones de clima de su estado natal, trabaja incansablemente en su espacio, creado específicamente para este objetivo.  

 

Comenta Verónica que mientras estaba en Canadá, conoció y tomó como referente a la ceramista Barbara Wiebe, mujer menonita enamorada de lo que hace, que sigue cargando su torno a donde quiera que va y asegura que lo hará hasta que deje este mundo. Esa pasión y entrega, han impulsado a Verónica a vivir al lado de su torno y dedicar el mayor tiempo a su taller, el cual acondicionó junto a su casa, en una maravillosa zona de descanso, rodeada de sorprendente naturaleza.

 

Otro gran reto para Verónica, es ser precursora del arte como representante de su grupo social, pues mientras la alfarería rarámuri tiene sus particularidades para la elaboración de canastos, artículos de cocina, muñecos de tela y madera, utensilios de palma tejida y muebles de madera, no hay referencias de lo que “debe ser” la alfarería menonita, o lo que les distingue como pueblo en este arte, sin embargo, considera que también es una gran oportunidad el poder marcar esa pauta para que nuevos artesanos se integren y caminen poco a poco hacia la creación de lo que será un sello artístico para su comunidad.  Esto ha propiciado que Verónica no solo trabaje para sí misma, sino que es una creadora que se hace consciente de lo que representa abrir paso, pensar en las generaciones futuras y mantener su propia esencia.

 

 

"Tengo la gran libertad de buscar quien quiero ser en el arte, pero también abrir camino. Hago cerámica funcional para que sepan que disfruto de lo hago, pero también vivo de lo que hago. Deseo ver el surgimiento de nuevos artistas, necesitamos esa energía renovada y hacer lo que amamos”, comenta entusiasmada.

 

Ha transitado también por la creación de murales en distintos campos menonitas en donde su mayor satisfacción ha sido ver crecer el interés de los niños, que se sientan a observarla mientras trabaja y sorprendidos por la pasión que refleja, se han puesto a imitarla. 

Prepara exposición para el Centenario de la Llegada de los Menonitas en colaboración con José Alfredo Cota

 

Este mes de agosto, Verónica tendrá la oportunidad de hacer una exposición en los festejos de aniversario de los 100 años de la llegada de los menonitas a esta región del estado, misma que inicio en marzo pasado y retomará sus actividades en el octavo mes del año. Para ella, ha preparado varias piezas que combinará con otras realizadas por José Alfredo Cota Rodríguez, originario de Naica y radicado en Ciudad de México. 

  

El destacado creador, especialista también en artes visuales, realizó sus estudios en Guadalajara, Jalisco y tiene 20 años radicando fuera de su estado natal. Conoció Verónica, la visitó y decidió comenzar con ella una nueva experiencia de aprendizaje, convivencia y colaboración. Es así como se dieron las condiciones para que ambos participen en el mencionado centenario con una muestra de platones de barro, combinando sus técnicas propias, la cual se compone de entre 15 y 20 piezas. Con ella buscan crear un ambiente único y diferente, que impacte directamente en el ánimo de quienes acudan a verla en el Museo Menonita.

 

 

“Me identifico bastante con Vero, he recorrido otros estados y países para conocer nuevos artistas, pero me siento encantado cuando la visito en su taller y podemos idear nuevos proyectos. Admiro su trabajo y su pasión y creo que lo que hace Vero, es exactamente el trabajo del artista: seguir a pesar de las imposiciones, los estereotipos”, menciona.

 

Cota, especialista en bronce, se considera nómada y ha tenido exposiciones en otros países, comenta que disfruta ver cómo Chihuahua está creciendo culturalmente y fortaleciéndose en otras áreas además de los ámbitos empresarial e industrial. Entre sus obras está la colocada en 2015 para la celebración de 25 años del Auditorio Nacional en la Ciudad de México y la que realizó el año pasado en Casa Chihuahua, con 45 piezas y dos de ellas monumentales, que aún permanecen en exhibición en la ciudad capital.

 

 

Mientras conversan, trabajan y disfrutan la belleza de la cabaña que habita Vero en uno de los majestuosos campos menonitas, afirman que sigue valiendo la pena ser artista, ser criticado, cargar con imposiciones, dudar a veces y triunfar en otras, pero conseguir al final de cada día la satisfacción de ser uno mismo, fiel a su arte, convencido, entregado, y, sobre todo, enamorado de cada uno de los pasos que ha dado y del camino recorrido.

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