Esteban López, distinguido talento chihuahuense, Pintor Universal

 

La pintura y el arte en general, se dieron de manera natural en Esteban López Quezada quien, desde su nacimiento, estuvo cerca de los pinceles gracias a su padre, el gran maestro Esteban López Solís, distinguido por una gran sensibilidad e inclinación a las expresiones y el trabajo creativo.

 

Esta cercanía le hizo sentirse parte importante de aquellos grandes estudios en que su padre esculpía, pintaba y transformaba desde la imaginación hasta el lienzo los más bellos paisajes y objetos.

 

No se podría hablar del pintor sin la influencia de su padre, quien fue parte del programa Ediciones Culturales de José Vasconcelos y uno de los afanes de dicho programa era mandar educación a todo México, por esta razón comenzó a visitar Chihuahua y tuvo como primer punto de llegada, la localidad de Matachi.

 

Su estilo realista quedó reflejado en las primeras obras que López Solís realizó en Cuauhtémoc, una de ellas en homenaje a las Madres, en una explanada de la zona centro, dónde después se edificó el Jardín de Niños 10 de mayo. También creo el mural del Hotel Gala, propiedad de su abuelo (con una fuerte crítica hacia la cultura menonita) Esculpió el monumento a la madre en Delicias, la escultura de Benito Juárez en Jiménez, un águila para la Presidencia Municipal de Cuauhtémoc y el busto de Benito Juárez en la plaza principal de este municipio Manzanero.

 

 

El  arduo trabajo López Solís permitió ser parte de la fundación de la Escuela 333, primera primaria establecida en Cuauhtémoc, después de la Secundaria Justo Sierra. En esta zona del estado conoció a Celia Quezada Tapia, elegante y distinguida dama con la que casó y formó un hogar en la Ciudad de Cuauhtémoc.

 

De esta relación nació Esteban López, con un marcado talento herencia de su padre y la calidad de ser humano que vio en su madre. Su imagen y su entusiasmo por la vida es uno de los más gratos recuerdos para su hijo hasta hoy.

 

 

A Esteban le fascinaba que lo mandaran a comprar las medias que su madre usaba, porque venían envueltas en un pequeño cartón que le servía para hacer pinturas. Pocos materiales tenían esa medida y textura que le ayudaban a desarrollar ese gusto que ya crecía en él y que le conectaba con su más grande referente.

 

Así es como López Quezada recuerda su infancia y la gran influencia que recibió de sus padres para ser además de artista, un hombre de esfuerzo y trabajo. Afirma que varias opciones le pasaron por la cabeza, cómo ser veterinario, arquitecto o actor, ya que consideraba la pintura un agradable pasatiempo, pero no un oficio que le acompañará el resto de su vida.

 

 

Cuando entro al jardín de niños, sorprendió a maestros y compañeros con sus destrezas para el dibujo, por lo que fue injustamente tratado y reconocido como el niño al que " su papá le hacía las tareas" frase con la que redujeron sus méritos y le hicieron entristecerse en más de una ocasión.

 

Pero siguió pintando, trabajando por explotar su sensibilidad y fue cerca de los 5 años cuando hizo su primera pintura que aún conserva. Son dos manzanas en la técnica de oleo las que dan testimonio de su dedicación y gran habilidad.

 

 

La primera escultura la hizo con gran pasión y no solo logró que fuera apreciada y admirada, sino que además fue comprada por Adolfo Moreno, que seguía siendo amigo de su padre. "Hice mi primera escultura con molde de latex, la vacié en cemento y la vendí al profe Moreno"  dice, mientras sonríe, contento de haber sido valiente y arriesgado, pero también conocedor de sus talentos.

 

Mientras seguía creciendo, fortalecía sus manos, su visión y su imaginación hasta ingresar a la Facultad de Bellas Artes para cursar el diplomado de Artes y seguir perfeccionando su técnica. A la vez, tuvo la oportunidad de trabajar e impartir clases de arte, no solo en un plantel sino en varios, en dónde creció también su pasión por la enseñanza.

 

 

Aunque Esteban tenía dos hermanos más grandes que él, estaba concentrado en el arte e hizo de la pintura y escultura sus fieles compañeras. Le gustaba que llegara Navidad para hacer grandes tarjetas o quijotes en papel maché que posteriormente regalaría a los miembros de su familia. También le encantaban los libros que venían en blanco y negro y eran perfectos para ser trasformados con color.

 

Su primera gran obra permaneció a lo largo de quince años en la sala de su casa y pensó que ahí se quedaría, porque reflejaba a un hombre desnudo y Cuauhtémoc no era un pueblo en donde este tipo de arte tuviera mucha preferencia.

 

 

Algunos admiradores intentaron adquirirlo, pero hacerle algunas transformaciones, y por esta razón, el artista prefirió dejarlo en su casa. Finalmente, un comprador llamó de la Ciudad de México y pidió a Esteban que hiciera el envío, con lo que dejó un gran vacío y a la vez una gran satisfacción en la mente de su creador.

 

“Los cuadros sí son nuestros hijos, pero como hijos, deben defenderse solos” describe López Quezada las palabras de su padre.

 

 

De ahí vivieron grandes exposiciones en las que se vendían todos sus cuadros y aunque este no era su fin primordial, reconoce que parte del trabajo del artista, es dominar esta parte y saber que es importante.

 

Aunque tuvo la oportunidad de cursar dos años de actuación en el Instituto Nacional de Bellas Artes, no fue por ese camino y se mantuvo firme a lo que era un pasatiempo y luego se convirtió en su pasión.

 

 

Los espectadores quedaron sorprendidos por lo que el maestro Esteban podía hacer en la pintura, tenía un estilo definido, una gran sensibilidad y un rasgo solo suyo que le hacía poner un solo ojo a los rostros que pintaba, lo cual percibieron quienes admiraban su trabajo y más tarde se convirtió en parte de su sello personal. 

 

A la vuelta de varios años, sigue creando en el estudio que tiene en su casa y es ampliamente reconocido por su calidad y por la influencia que ha tenido en sus alumnos. Aunque concluyó su trabajo como docente, continúa involucrado en su enseñanza, en proyectos de beneficio para la sociedad y por supuesto sigue creando, soñando, imaginando, pero con los pies muy bien puestos en la tierra en que creció y en donde guarda sus más preciadas historias.

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