Javier Meléndez Valenzuela: danzar con México en la piel

POR EVELIN GALINDO

 

Estar de lleno dedicado a la danza le permitió saber que tomó la decisión correcta al no renunciar a sus sueños y lograr todo lo que se propusiera.

 

Desde pequeño se sintió atraído por el arte y comenzó a practicar motivado solamente por sus sueños, sin gran aprobación en su entorno. Era el niño que siempre queria bailar pero no tenía el permiso de sus padres.

 

Hizo sus primeros intentos en el CETIS de Delicias, donde su maestro le dijo que se dedicara a otra cosa y le sugirió entrar al grupo de primeros auxilios o la rondalla del colegio, convencido de que la danza no era el camino correcto para él. Un año después, Javier seguía aferrado a su sueño y gracias a su desempeño, se convirtió en la mano derecha del maestro que le hizo esa sugerencia y le organizó incluso su primer viaje internacional, siendo apenas un adolescente. Ahí descubrió la importancia de que los jóvenes viajen y no conozcan fronteras cuando se trate de promover su arte.

 

Se preparó cómo Laboratorista Químico Industrial, actividad que le permitía reunir dinero para tomar talleres de baile en sus vacaciones e irse involucrando en este fascinante mundo.

 

Mientras estudiaba iba demostrando su gran interés por la danza; sus talentos y determinación fueron observados por dos grandes maestros, que le impulsaron a formar parte por primera vez de una compañía de danza y a ingresar a la Escuela Superior de Danza, dónde cursaría la carrera de técnico folklorista, para lo cual hizo casting junto con otros 600 aspirantes, de los cuales, solo ingresaron 45.

 

 

Después, gracias a la influencia de un amigo, conoció la Escuela de Bella Artes y comenzó también a estudiar en sus aulas. Recuerda que por las mañanas asistía a la Escuela Superior y en las tardes a la Facultad de Bellas Artes.

 

Durante sus primeros años en la danza, conoció al maestro Manuel Suárez, quien lo invitó a Cuauhtémoc y lo convenció de ir a Anáhuac a prestar servicios, pero solo aceptó trabajar dos días a la semana. No esperaba lo que esa experiencia ocasionaría en su vida, pues en poco tiempo se enamoró del lugar, de la gente y los alumnos que dejaban su corazón entero en cada clase que recibían.

 

Tuvo alumnos excelentes, algunos de ellos siguieron en el mundo de la danza, otros son gerentes de importantes empresas, otros directivos de instituciones, pero todos tienen vidas extraordinarias y marcaron el camino que Javier ha recorrido en este ámbito. Las dos compañías de danza más sobresalientes de la región, y de gran relevancia en el Estado de Chihuahua, son dirigidas por quienes fueron sus alumnos.

 

Estar de lleno dedicado a la danza le permitió saber que tomó la decisión correcta al no renunciar a sus sueños por una recomendación, aprendió también que puede lograr todo lo que se proponga.

 

Asegura que por un tiempo estuvo soñando con volverse rico para establecer una academia gratuita e impulsar a todos los jóvenes que se quedaron en el camino por falta de dinero, así podría realizar también los viajes a distintos paises; luego, el mismo tiempo le enseñó que sin ser rico, podía sostener y consolidar sus grupos de danza y no tener un fin lucrativo sino de pura enseñanza e impulso a los jóvenes talentosos. El grupo Makawi Rosákame fue ejemplo de eso, pues ofreció siempre clases gratuitas a los jóvenes que ingresaron.

 

Comenzó a trabajar en el Instituto Tecnológico de Ciudad Cuauhtémoc en dónde ha formado parte del consejo directivo por 15 años y comparte actividades con varios maestros que han sido sus alumnos de danza, lo cual le llena de orgullo y satisfacción. En esta institución creó

el taller de Danza Awiáme, agrupación que también brinda clases gratuitas.

 

Pronto empezó a planear su primer viaje internacional a Estados Unidos para representar a México; cada uno de los integrantes pagó 300 dólares y con ese recurso fue cubierto el gasto de pasaporte y visa láser,  se cubrió también un uniforme deportivo, 3 camisetas, transporte y alimentacion.

 

Recorrieron las ciudades que acordaron y una vez que llegaron a Madison Wisconsin, encontraron una camioneta abandonada y preguntaron a qué se debía. Los dueños le dijeron al grupo de danza que si de algo les servía, podían llevarsela y fue así como viajaron en ella desde ahí hasta Anáhuac y fue el primer vehículo que tuvieron; por sus condiciones le llamaron la letrina. Fue el primer vehículo y despues de eso consiguieron 3 autobuses, los cuales les permirieron seguir cumpliendo con varias presentaciones.

 

Todo era que hiciera su primera gira, ahí comenzó para Javier una serie de oportunidades que le han permitido mostrar al mundo el folclor mexicano, las tradiciones y la belleza que envuelven a este maravilloso país.

 

Gracias a sus constantes visitas, se enamoró de Colombia, país que ama y respeta profundamente a  México y dónde se escucha más música mexicana que en cualquier otro.

"La gente se vuelve loca con nuestros grupos de danza, todos quieren una foto de recuerdo y tienen muchos lugares dedicados a la comida y a la música mexicana", dice Javier entusiasmado.

 

Ahora, conoce Colombia mejor que su esposa, que es originaria de ese bello país, debido a que ha participado por lo menos en 14 festivales distintos.

 

Bailando y representando a Mexico, ha recorrido 40 ciudades en Estados Unidos, ha visitado Argentina, Ecuador, Panamá, Costa Rica, Chile y Japón.

 

Hace doce años, para agradecer a los países que han recibido a los danzantes mexicanos, Meléndez creo el Festival Amigos de la Danza, al cual han venido hasta 10 delegaciones diferentes. Este consiste en recibir a las delegaciones invitadas, presentarlas en recintos de la Ciudad de Cuauhtémoc y recientemente también en Delicias, Parral, Creel, Casas Grandes, Chihuahua,  y en una ocasión, uno de los festivales llegó hasta Morelia Michoacán. En septiembre de 2022, este  festival tuvo su decimosegunda edición.

 

 

Javier dice estar muy agradecido con el Instituto Tecnológico de Ciudad Cuauhtémoc, por eso hace el festival en septiembre para empatarlo con el aniversario del plantel.

 

El festival se sostiene con la mano de obra de los estudiantes, quienes hospedan a los bailarines extranjeros en la casa del Padre Maldonado, los atienden en todas sus necesidades, cocinan para ellos, los trasladan y preparan para sus presentaciones. Esta cercanía ha generado una hermandad entra los danzantes, que ya se consideran como una gran familia. La segunda fuerza son los empresarios, que hacen varias aportaciones para que los organizadores e invitados tengan lo necesario.

 

Hace varios años, Javier fue funcionario público en el área de Cultura Municipal, dónde aprendió muchísimo sobre promotoría del arte, cursó después una Licenciatura en Periodismo, por ello se dedicó durante tantos años al Departamento de Comunicación y Difusión del Instituto Tecnológico, sin dejar de impulsar la danza en la institucion.

 

Cursó posteriormente la Maestría en Administracion y el Doctorado en Educación, también varios cursos de fotografía con profesionales de este extraordinario oficio.

 

Recientemente fue nombrado Subdirector de Planeación y Vinculación en el Tec, sin embargo, no ha dejado de ser el mayor impulsor de la danza en esta máxima casa de estudios. Hoy, al igual que los años anteriores, tiene planeados nuevos viajes y festivales cada vez más vistosos e incluyentes.  En su familia también ha sido grande su influencia, por ello dos de sus hijos están ya involucrados en el folclor mexicano.

 

 

"No busco crear bailarines, busco contribuir a formar mejores seres humanos. No creo en la competencia sino en el crecimiento de todos" asegura Javier, quien se mantiene firme en su propósito de que los jóvenes aspirantes, encuentran las oportunidades que él no tuvo al principio de su carrera.

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